Cuando comenzamos el curso, los seminaristas nos mantenemos
expectantes ante el reparto de tareas, pero muy especialmente, ante la
asignación de pastorales, y en mi caso aún más, pues empezaba un nuevo ciclo en
mi proceso formativo que suponía entrar en contacto con la realidad parroquial.
Y una vez más, Dios estuvo grande y generoso conmigo, me mandaban
a la parroquia de San José de Sangonera la Seca. Y digo eso por una serie de
motivos que, en las próximas líneas voy a intentar explicar aunque, algunas
veces, las cosas del corazón son difíciles de transmitir.
Un primer motivo, es simplemente anecdótico, la parroquia está
dedicada a San José, y yo nací el 19 de marzo, las vibraciones empiezan a ser
buenas. Pero cuando busco quién es el párroco, descubro, gratamente, que es D.
Francisco José Azorín, al que conocía de su paso por el seminario y con el que
tuve la suerte de compartir experiencias de gran intensidad en mi primer viaje
a Lourdes, las buenas vibraciones se confirman.
Pero esta nueva experiencia estaba por empezar, y al poco tiempo
descubro que las expectativas e ilusiones con las que comienzo mi tarea
pastoral se van a quedar cortas, las realidad las supera con creces.
En primer lugar, tengo la oportunidad de profundizar en mi
conocimiento de D. Francisco, y no solo descubro a un buen párroco, sino a un
párroco bueno, a partir de lo cual, todo lo que voy a ir experimentando tendrá
un sentido y una fácil explicación, pues acababa de tropezar, bendito tropiezo,
con un hombre lleno de Dios, que además sabía y tenía capacidad de comunicarlo.
Se dirige a mí como “hijo” y no me cuesta, es más me sale del corazón llamarle
“padre”, porque eso es lo que está siendo para este aprendiz de cura, un padre
preocupado y ocupado en darme una buena y amplia formación.
Pero si significativo es el párroco, qué decir de las gentes de
la parroquia, todas ellas presentan una importante patología, tienen un corazón
de mayor tamaño que su capacidad torácica, motivo por el cual están obligados a
compartir sus palpitaciones con aquellos que tenemos la suerte de colaborar,
aunque sea poco tiempo, en su empeño de construir el Reino de Dios.
El resultado de la combinación de pastor y rebaño es obvio, una
comunidad viva, que acoge con los brazos abiertos a todo aquel que se acerca,
haciéndote sentir parte integrante de su proyecto, andar con comodidad,
provocando la necesidad de implicarte cada vez más, con seriedad y entrega en
su quehacer diario. Son un ejemplo de respuesta a una vocación, la de servir,
cada cual desde su lugar, a la llamada de Cristo.
No quisiera acabar este pequeño relato de mi experiencia
pastoral, sin resaltar algunos momentos de especial intensidad, de los que esta
comunidad parroquial me ha permitido disfrutar, unos por su novedad, otros por
su significación.
La posibilidad de impartir catequesis a los pequeños y colaborar
en la de los que se preparan para la confirmación ha sido, está siendo, un
verdadero regalo, a la vez que una gran responsabilidad, pues cada día me
pregunto si habré sido capaz de transmitir, mínimamente, aquello que Dios mismo
me ha entregado, la capacidad de amarle y confiar plenamente en Él.
Agradecer enormemente, la posibilidad de acompañar al Párroco en
su pastoral de enfermos, donde he podido descubrir la grandeza que supone e
implica ser sacerdote, llevando el consuelo, la comprensión, la cercanía y al
mismo Cristo, a aquellos, que por el menoscabo de sus facultades, ya no pueden
asistir al templo y que sin embargo, por esta acción no se sienten abandonados
por Dios, sino todo lo contrario, pues, es el mismo, el que va a su lugar de
sufrimiento para ser sostén en la dificultad.
Señalar y agradecer la posibilidad que me ofrece D. Francisco
durante la celebración eucarística de servir el altar, les puedo asegurar, que la
intensidad y emotividad del momento son máximas, y me hace soñar con un futuro, ya no tan lejano, en el que
tendré el honor y el privilegio de hacer presente a Cristo, razón y ser de mi
vida. Igualmente intensa es la invitación a dar la comunión a unas gentes que
desde hace algunos meses las considero “mi gente”.
No puedo dejar de recordar un momento simpático, a la vez que
hermoso, ocurrido esta Cuaresma, cuando los pequeños, en bloque, deciden confesar,
algo que les habíamos comentado en varias ocasiones, y que sin embargo teníamos
nuestras dudas sobre si ocurriría. Si los chicos estaban nerviosos e
impacientes, les puedo asegurar que yo estaba emocionado, y no me da vergüenza
confesar que, cuando estaba junto a ellos dando gracias a Dios, alguna lagrima
se me escapó.
En fin, no quiero alargarme y hacerme pesado, pues son muchos los
momentos que me vienen a la memoria del corazón, por eso voy a terminar como empecé, diciendo
que Dios, por un motivo que desconozco, ha sido grande y generoso al mandarme a
esta parroquia, que se ha convertido en mi primer amor, pues aquí he tenido mi
primera experiencia pastoral de forma continuada, en la que me siento acogido
por su párroco y sus feligreses, en la que mi vocación se está consolidando y
formando y en la que estoy confirmando que el camino para el que Dios me ha
llamado merece la pena ser andado, porque es hermoso caminar con Cristo, con Él
y en Él, acompañado en todo momento por nuestra Madre, la Virgen María.
Jesús
José Márquez Piñero
Un seminarista agradecido y deudor
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