Desde hace muchos años he estado escuchando experiencias de
muchos peregrinos que iban a Lourdes, y la verdad es que me llamaban mucho la
atención, pues cada testimonio que escuchaba no solo era diferente, sino que
cada uno contaba que allí, en Lourdes, lo que viven es un milagro. Después de
tantas experiencias escuchadas me animé a ir este año.
En cuanto a mis padres, siempre mostraron su apoyo e ilusión
en que yo fuera a esta peregrinación, y cuando me propusieron ir a Lourdes
varios amigos de la parroquia su respuesta siempre fue Sí.
El día de salida no sólo me impresionó la gran cantidad de
personas que éramos, sino el ánimo y la ilusión de los que habían ido años
anteriores desprendían y nos contagiaban a todos los que íbamos como primera
vez.
En Lourdes conocí a muchos enfermos, y pude hablar con
muchos de ellos. Blanca, Isabel y Rosario son algunas enfermas con las que
estuve y hablé, cada una con una historia muy diferente, que por supuesto
alguna que otra lágrima cayó mientras me las contaban. Ellas me han enseñado
que Lourdes es una forma de vivir, y no sólo una simple peregrinación a un
santuario. Ver a los enfermos bailar, reír, e incluso actuar es digno de
celebrar como ellos mismos saben y hacen, pero compartir tiempo con ellos fue
lo que más me llenó el corazón.
Estar en la gruta y ver la imagen de la Virgen revolvió en
mí todas esas historias de enfermos que acababa de conocer y ver la alegría que
tienen al estar ahí el tiempo que fuese para ellos era el mayor de los
milagros.
Allí pude ver cómo Dios está en los ojos del enfermo, y que verdaderamente todo lo que pasa en Lourdes es un milagro; comenzando en nuestro corazón.
Me llevo a casa una experiencia maravillosa, personas que a
su manera tocan y llenan el alma, pero sobre todo a nuestra madre, la Virgen de
Lourdes.
Gema Antolino Serrano, 17 años.